Té de lúpulo, en pleno barrio de Palermo, asombra a sus clientes con una propuesta digna para cualquier amante de la birra. Y de los masajes, claro.

 

A metros de la avenida Córdoba, en pleno Palermo, se encuentra el primer spa de cerveza de la Argentina. Té de lúpulo se erige en una planta baja, escondido detrás de un gran portón. Desde afuera parece una casa normal. Pero sólo basta atravesar el umbral para desconectarse automáticamente de todo. Y adentro, guardada como un tesoro exclusivo a los que pocos conocedores acceden, una experiencia única, distinta, casi surreal.

 

Con un concepto importado desde Europa del Este, principalmente Alemania y República Checa, este spa utiliza a la cerveza como elemento clave del disfrute: beberla, saborearla, sentirla en el aire y el cuerpo. Más allá de ser una de las bebidas más populares, sus ingredientes poseen diversos beneficios, tales como la exfoliación de la piel con los granos de malta, las virtudes antioxidantes del lúpulo, las propiedades antiestrés de sus aceites esenciales o el complemento alimenticio de la levadura. Y para obtener todos estos resultados, el spa se divide en distintas estaciones en las que cada ingrediente se transforma en la matriz de un antes y un después en tu día.

 

Amparado por unas pocas pero cálidas velas, la primera tarea consiste en elegir unas cervezas importadas entre las muchas que se exhiben en una vitrina de madera oscura. Spoiler alert: seleccionar una sola es realmente complicado, casi imposible. Ya dentro de la sala principal, la reflexóloga a cargo de guiar a los participantes -divididos en turnos privados de unas dos horas para dos personas- entabla una primera conversación acerca de lo que está a punto de pasar. Un sauna, un jacuzzi, una ducha escocesa y un sector de masajes pensados especialmente para los pies hacen que la experiencia se complete. Pero vamos por pasos.

 

Ya elegiste tu cerveza -te dije que era difícil-, ya estás cómodo en una bata, y ahora llega el turno de ingresar al sauna. Todo parece normal hasta que alguien entra y le lanza lúpulo a las piedras calientes. Es como un bar en llamas, la cerveza ingresa por los poros, se vuelve uno con tu ser.

 

Luego te piden intentar descifrar algunos aromas. No, acá no vas a encontrar las respuestas, descubrilas por vos mismo. Pero sí se puede aclarar que, una vez que hayas pasado esa prueba, una bolsita de arpillera con el ingrediente que elijas irá a parar al fondo del jacuzzi donde, de a poco, la emulsión convertirá al baño en una suerte de té gigante. Y vos vas a estar ahí adentro, claro.

 

El recorrido continúa con una ducha escocesa, ideal para limpiar las miles de burbujitas que ahora flotan por todos lados. Ningún misterio acá: tres posiciones distintas, agua en la temperatura perfecta, y la sensación de masajes que cae desde arriba en forma de cascada. O desde los costados. O por todos lados. Unos minutos y listo, que siga la terapia. Y continúa de una forma particular. Ahora estás sentado, estirado plácidamente sobre una butaca que también te sostiene las piernas. Los aromas de todo lo que fuiste vislumbrando comienzan a converger en uno solo, tus sentidos ya están hidratados de conocimientos. Y habrá que ponerlos a prueba, una vez más. Segundo spoiler alert: esta parte tampoco va a ser sencilla. La experiencia prosigue a oscuras, o mejor dicho, con los ojos tapados. Aparecen nuevas texturas, nuevos aromas, nuevas sensaciones. Pero no te preocupes, nadie te va a arruinar la sorpresa. Mejor andá y vivilo por vos mismo. Dejá que la cerveza sea tu única guía.

 

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