Un italiano, una belga y un francés ponen a prueba los terrenos “seguros” de Occidente. Porque con poco dicen mucho. Porque de la simpleza de su escritura se desprenden problemáticas universales. Porque sus personajes son de temer y de amar… a la vez. Porque al leerlos pasas de sentir tu identidad “occidental” como identidad “accidental”. Porque esa misma esquizofrenia te llama a agarrar otro libro del mismo autor. Por todo eso, estos tres autores europeos, te la flipan.

Alessandro Baricco

No hay agua, por profunda que sea, que Alessandro Baricco no se atreva a bucear. Da la impresión de ser un tipo corriente, pero cada vez que abre la boca sus palabras se rozan provocando destellos de genialidad. “La idea de que entender y saber signifique penetrar a fondo en lo que estudiamos, hasta alcanzar su esencia, es una hermosa idea que está muriendo: la sustituye la instintiva convicción de que la esencia de las cosas no es un punto, sino una trayectoria, de que no está escondida en el fondo, sino dispersa en la superficie” (Los Bárbaros, 2008) Baricco tiene la facilidad de convocar pensamientos con pocas palabras y sus novelas son de esas que se leen como si realmente estuvieran sucediendo. Tal vez sea porque sus imágenes sensoriales casi logran activar los sentidos, como si realmente uno estuviera viendo, oliendo, tocando. La curiosidad no lo mata, lo inspira, por eso puede trazar un esquema acerca la civilización contemporánea tomando como exponente a Google (“Los bárbaros”), escribir una novela inspirado por un cuadro (“Océano mar”) o crear un extenso monólogo teatral ilustrando a un excelso pianista de jazz (“Novecento”). Maneja muchos géneros, pero no es generacional. Es un narrador de 58 años que logra hacer empatía con todas las generaciones y, de hecho, invita a leer incluso a aquellos que no leen en general. Probablemente sea porque su narrativa es tan poética y profunda, como simple. Un académico de las masas o un escritor popular que fue llamado (y no atendió) a ser Ministro de Cultura de Italia. Como más les guste, pero hay que leer a Baricco.

 

Amélie Nothomb

 «Es el oficio más impúdico del mundo; a través del estilo, de las ideas, de la historia, de las investigaciones, los escritores no hacen otra cosa que hablar de sí mismos, y además con palabras. Los pintores y los músicos también hablan de sí mismos, pero lo hacen con un lenguaje mucho menos crudo que nosotros. No, señor, los escritores son obscenos; si no lo fueran, serían contables, conductores de tren, telefonistas, serían gente respetable.» (Higiene del asesino, 1992) El look gótico de Amélie no combina con su forma calma de hablar, pero esa conjunción no resulta para nada contradictoria. Quizás, lo que primero nos choca y luego termina por atraparnos en sus telarañas de ficción, es la simpleza con la que esta mujer de proporciones diminutas habla de sí misma. Aunque sólo seis de sus novelas sean estrictamente autobiográficas (El sabotaje amoroso, Estupor y temblores, Metafísica de los tubos, Biografía del hambre, Ni de Eva ni de Adán y Una forma de vida), en su literatura expone descarada y sagazmente los aspectos cotidianos que enmarcan la propia identidad. Su estilo es incisivo y directo, como la inadvertida picadura de un insecto. Pasados algunos segundos de lectura, se nota el primer síntoma: una sonrisa constante. El tono irónico de Amélie es un placebo difícil de sortear y casi sin darnos cuenta, nos vemos envueltos en temáticas universales de gran profundidad. Esta autora prolífica (escribe cuatro novelas por año, de las cuales publica una), seduce al mundo entero con su estilo mordaz. Y va a seguir haciéndolo, mientras tenga a mano papel, lapicera y litros de té.

 

Patrick Modiano

Patrick Modiano no es un escritor, es un medio de transporte. Aunque se han empeñado en compararlo con su compatriota Marcel Proust, Modiano no es un escritor de la memoria. Es un arquitecto de ciudades fantasmas o, mejor dicho,  de una ciudad (que también es muchas): París. Modiano es un flâneur de dos metros de alto que se pasea por la ciudad entre la época de ocupación nazi y la posguerra. Según el autor, sus novelas son parte de un mismo libro, una historia contada desde distintos ángulos, porque todas ellas de algún modo demuestran su habilidad fantasmagórica de literariamente transportarse en el tiempo. Modiano trabaja con su propia historia (como en Un pedigrí, 2005) y con historias ajenas (como en Dora Bruder, 1997), que son -al fin de cuentas- el material mismo de la Historia. Sus novelas son fragmentos de espacios suspendidos en un tiempo: “No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella noche, en la terraza de un café” (Calle de las Tiendas Oscuras, 1978). Es un autor condecorado: recibió el año pasado el Nobel de Literatura. Es un escritor solitario: no tiene mucho trato con otros escritores.  Es un narrador detective: investiga identidades y las compone de a retazos. Leer una de sus novelas implica exponerse a sentir un vacío extraño convocado por actividades cotidianas de personajes ordinarios, como si hubiera algo más allá accionando a través de ellos, como esa sensación que surge de imaginarse que detrás de uno hay alguien parado observándolo. Implica sentirse incómodo y molesto, y querer terminar el libro y nunca querer terminarlo.

 

Café literario recomendado de la ocasión:

Eterna Cadencia, librería y café literario. Lindo por fuera, lindo por dentro, un lugar especial; por su decoración, por su clima y porque también funciona allí mismo una editorial que produce sus propios. Para donde mires se respira arte literario y un ambiente ideal para la lectura. Además, te podés tentar para comprarte algún otro libro que estabas buscando y que las librerías más comerciales no suelen tenerlos.

¿Dónde? Honduras 5582, lunes a viernes de 9.30 a 21 hs, sábados y feriados de 11.30 a 20 hs.

 

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